Lo recordamos aquí con la impresionante escena de la "Afrenta de Corpes" de el Cantar de Mio Cid. Es quizá la primera vez que se se trata este tema en la literatura castellana.
Doña Elvira y doña Sol, las hijas del Cid, son vejadas y maltratas por su esposos, Diego y Fernando, infantes de Carrión. Es la forma cobarde que tienen de vengarse de su suegro.
Han pasado más de ochocientos años desde que se compuso, pero todavía impresionan estos versos.
Lejos,
a mano derecha, San Esteban les quedó;
por
el robledal de Corpes entran los de Carrión.
Nubes
y ramas se juntan. ¡Cuán altos los montes son!
Rondaban
bestias muy fieras por el monte, alrededor.
Cerca
de una limpia fuente un vergel allí creció;
mandaron
alzar la tienda infantes de Carrión.
Con
el bagaje que llevan, duermen en esta ocasión.
En
brazos de sus mujeres les demostraron su amor.
¡Qué
mal luego lo cumplieron a la salida del sol!
Cargan
luego las acémilas con los dones de valor,
Y
han recogido la tienda que de noche los guardó.
Adelante
a sus criados envían allí los dos.
De
este modo lo mandaron los infantes de Carrión:
que
atrás ninguno quedase, fuese mujer o varón,
a
no ser sus dos esposas, doña Elvira y doña Sol,
que
querían recrearse con ellas a su sabor.
Todos
los demás se han ido, los cuatro solos ¡Por Dios!
¡Cuánto
mal que imaginaron infantes de Carrión!
-Tenedlo
así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol.
Aquí
os escarneceremos en este fiero rincón,
y
nosotros nos iremos; quedaréis aquí las dos.
Ninguna
parte tendréis de las tierras de Carrión.
Estas
noticias irán a ese Cid Campeador.
Ahora
nos vengaremos por la afrenta del león.
Allí
las pieles y mantos quitáronles a las dos;
Sólo
camisas de seda sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas
tienen calzadas los traidores de Carrión;
En
sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son.
Cuando
esto vieron las dueñas, les habla doña Sol:
-¡Ay,
don Diego y don Fernando! Esto os rogamos, por Dios:
ya
que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son,
(a
la una dicen Colada y a la otra llaman Tizón)
nuestras
cabezas cortad; dadnos martirio a las dos.
Los
moros y los cristianos juntos dirán a una voz,
que
por lo que merecemos, no lo recibimos, no.
Estos
tan infames tratos, no nos los deis a las dos.
Si
aquí somos azotadas, la vileza es para vos.
En
juicio o bien en Cortes responderéis de esta acción.
Lo
que pedían las dueñas, de nada allí les sirvió.
Comienzan
a golpearlas infantes de Carrión;
con
las cinchas corredizas las azotan con rigor;
con
las espuelas agudas les causan un gran dolor;
les
rasgaron las camisas y las carnes a las dos;
allí
las telas de seda limpia sangre las manchó;
bien
que lo sentían ellas en su mismo corazón.
¡Qué
ventura sería ésta, se así lo quisiera Dios,
que
apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador!
¡Tanto
allí las azotaron! Sin fuerzas quedan las dos.
Sangre
mancha las camisas y los mantos de primor.
Cansados
están de herirlas los infantes de Carrión.
Prueban
una y otra vez quién las azota mejor.
Ya
no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol.
En
el robledo de Corpes por muertas quedan las dos.
Se
les llevaron los mantos, las pieles de armiño ricas
Y
afligidas las dejaron, vestidas con las camisas,
A
las aves de los montes y a las fieras más bravías.
Por
muertas, sabed, las dejan, que a ninguna creen viva.
¡Si
que sería ventura que apareciese Ruy Díaz!
Los
infantes de Carrión por muertas ya las dejaron,
Pues
ninguna de ellas puede a la otra dar amparo.
Por
los montes del camino ellos se iban alabando:
-Ya
de nuestros casamientos quedamos los dos vengados.
Ni
por amigas valían, ni siquiera de rogado,
Pues
esas no eran mujeres para estar en nuestros brazos.
La
deshonra del león así la iremos vengando. La escena narrada ha sido representada en muchas ocasiones. Ofrecemos aquí la obra Las hijas del Cid que pintó Ignacio Pinazo en 1879.
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