Jesús López, el compañero que nos ha mandado la convocatoria del Paseo Cultural Homenaje a la Escuela de Vallecas, nos ha mandado también este bonito texto que merece estar aquí, en nuestro CAMINO DE LA ARBOLEDA. Muchas gracias, Jesús.
En el inicio de sus
páginas autobiográficas, que llevan el nombre de La Arboleda Perdida, Alberti justifica este título refiriéndose a
un vergel así llamado en su Puerto de Santa María natal, donde los recuerdos infantiles
se acumulaban junto a los elementos de la naturaleza en una sinfonía amena de
sonidos y colores. Este espacio idílico se presta para que el poeta gaditano lo
use de un modo metafórico, empleándolo como el lugar donde resuenan todos los
ecos que habitan en la memoria.
Todas las Arboledas,
recogen voces, susurros, balbuceos; fiestas campestres donde tal vez apareció
el primer beso furtivo tras el arrullo de un baile al cálido atardecer, y los
álamos muestran en la cicatriz de sus cortezas el corazón de unos antiguos
enamorados, cuyo secreto voló con el suave viento que hizo batir a los árboles
sus ramas.
Frágiles ramas que el
tiempo crujió con las miles de hojas que dieron sombra a todos los seres que
buscaron su cobijo, en la frescura de una tórrida tarde de agosto. Cada hoja
que cae del árbol puede ser interpretada como el paso de una vida, fugaz en el
recuerdo, que huye con el devenir del tiempo. Quién sabe si, quizá, sea este
uno de los motivos por los que el hombre
siente la necesidad de crear la palabra poética, para que cada hoja continúe
permaneciendo en la memoria entusiasta de las siguientes, que retoñarán con la
llegada de una joven primavera, y, de nuevo, ofrezcan la frescura de su manto,
el cobijo de los recuerdos, la esencia de la existencia, estación tras
estación, años y años.
Alberti, ya
octogenario, muestra las ramas de su árbol sobre la “Escuela de Vallecas”, cuyo
tronco lo forma la “tremenda y descomunal figura” de Alberto Sánchez, en su
tercer libro de La Arboleda Perdida. En
sus hojas nos remite a sus paseos por el Cerro Almódovar, acompañado de Maruja
Mallo y Bejamín Palencia, con el fin de crear un arte nuevo revolucionario con
una fuerte impronta castellana. También comenta la creación de la monumental
escultura de El pueblo español tiene un
camino que conduce a una estrella, que estuvo al pie del Pabellón Español
de la Exposición Internacional de París en 1937. Por último, trata de la visita
que le hizo en Moscú en 1956, en donde compuso el famoso soneto, que tanto
motivó y le sirvió de acicate a Alberto para volver a esculpir, desarrollando
este una fructífera etapa en los últimos años de su vida, con obras tan
reconocidas como El cazador de raíces, a la que Neruda le dedicó un
elaborado poema.
Estas son las hojas que
se recogen por el poeta, viejas hojas enmohecidas con olor a rancio. Hojas que
necesitan de la palabra, evitando la caída en el humus del olvido. Palabras
poéticas que germinen en la Arboleda para el disfrute de las generaciones
venideras, como aquel primer beso agarrado en el talle de la hermosura juvenil,
tras un baile sofocante que se refrescaba al abrigo de la oscuridad espesa de
los árboles.
Gracias a ese camino frondoso de la Arboleda que esconde entre sus ramas el fruto de la poesía.
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