LA CASA DE LA ABUELA
El Día de Difuntos me despertó mi madre entrando en mi habitación con el teléfono en la mano.
-Hija, este finde irás a casa de la abuela -dijo resaltando la palabra "irás".
-¿Tú y papá no iréis?
-No, pero tus primas sí. Recoge tus cosas que en una hora nos vamos.
No me dio tiempo a responder porque ya había salido de mi habitación. Me vestí, junté algunas cosas y las metí en una mochila; después bajé. Me subí al coche y fuimos hacia la casa de mi abuela, una pequeña casita apartada del pueblo en el que vive. Llegamos y vi a mis primas que habían llegado un poco antes. Me bajé del coche y me despedí de mis padres.
-Cuídate, y cualquier cosa, llámanos.
Se fueron y entré en la casa con mis primas Paula y Valentina. Dentro de la casa había muchas, muchas fotos de mi abuelo: en las paredes, sobre la mesa o sobre cualquier mueble. Me animé a preguntar.
-Abuela, ¿por qué hay tantas fotos del abuelo?
-Ya sabes que ha muerto. Es para recordarlo.
-¿De qué ha muerto? Nadie me ha contado nada -insistí yo picada por la curiosidad.
-Fue asesinado.
No pude decir nada, miré a mi abuela y vi que tenía una mirada extraña, parecía como si tuviera la mente en blanco, no había ninguna expresión en su cara.
-Bueno, abuela, vamos al pueblo a dar una vuelta- interrumpió Paula.
-Yo me quedo- dijo Valen.
-Yo también, no quiero salir- añadí yo.
Mi abuela y Paula se fueron, y me quedé sola con Valentina. Subimos a nuestro cuarto y acomodamos las cosas en su sitio. Como nos aburríamos, decidimos salir al jardín. Bajamos las escaleras y nos dirigimos a la puerta, pero no pudimos abrirla. Busqué las llaves en el cajón donde las guardaba la abuela, pero no estaban. Escuchamos un ruido arriba y creímos ver una sombra. Mi prima tenía miedo y se agarró a mí. Yo la tranquilicé. Escuchamos el sonido de cristales rotos. Decidimos subir a nuestro cuarto y allí vimos un jarrón roto en el suelo. Valen estaba cada vez más asustada y gritó con todas sus fuerzas al ver una figura blanca que se acercaba. Me acerqué a ella: era mi abuelo. Lo saludé tartamudeando.
-¿Qué hacéis aquí? No podéis estar aquí.
Sus palabras no sonaron con esa típica voz de fantasma de película, más bien parecía la de una persona normal, viva, que intentaba gastarnos una broma. Eso es, esto es una broma, pensé.
-¿Dónde estás, abuela?- dije yo.
-¿Qué dices, prima?, la abuela no está- dijo Valen.
-¿No ves que nos están gastando una broma?
-No lo creo- me contestó mi prima.
Era evidente que estábamos realmente solas. La figura había desaparecido. Oímos golpes en la habitación de al lado. Cuando entramos, vimos una ventana rota y que un rayo entraba por ella e iluminaba el cuadro de mi abuelo que había en la pared.
Escuchamos que la puerta de entrada se abría y las voces de mi abuela y Paula que ya estaban de vuelta. Cuando vieron nuestras caras de susto, nos preguntaron que qué nos pasaba. Les contamos todo lo ocurrido y, obviamente, no nos creyeron.
El resto del fin de semana pasó rápido y no volvió a ocurrir nada raro, aunque Valen y yo estuvimos muy inquietas. Cuando llegó la hora de volver, me preparé, salí de la casa, entré en el coche y, al mirar hacia la casa, allí estaba mi abuelo mirándome desde una ventana.
Rahela Cristina Petrosel, E 2.1
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